Los trastornos disociativos se basan en una alteración de funciones integradoras de la conciencia, la identidad, la memoria y la percepción del entorno. Son el resultado de traumas psicológicos que se producen generalmente en la infancia.
Todos los trastornos relacionados con experiencias traumáticas incluyen cierto grado de disociación estructural, que se refiere a un mecanismo psicológico por el que la personalidad se fragmenta. Esto sucede porque el trauma implica un cierto grado de división o disociación de los sistemas psicobiológicos que constituyen la personalidad. Estos sistemas están unos orientados a la supervivencia y otros a la defensa frente a la amenaza. En la disociación se produce una escisión entre ambos sistemas, y una o más de las partes de la personalidad evitan los recuerdos traumáticos y desempeñan las funciones de la vida diaria mientras que otra o más partes de ella siguen fijadas a las experiencias traumáticas y las acciones defensivas.
Existen varios niveles de disociación, que dependen del grado de fragmentación de la personalidad, y en función de esta, se denominan disociación estructural primaria, secundaria y terciaria, que caracteriza al TID.
Los trastornos disociativos se caracterizan por tener síntomas como amnesia, ya sean lagunas de memoria recientes o una laguna biográfica de diferente duración, despersonalización, que implica no sentirse en el propio cuerpo y no tener un sentido de agencia de las propias acciones, desrealización, que se refiere a tener una percepción distorsionada del mundo que nos rodea, confusión de la identidad, que lleva a dudas sobre quien se es, lo que se piensa, lo que se siente y lo que se quiere, y alteración de la identidad, en la que se siente un conflicto interno, una pelea consigo mismo entre el yo que la persona reconoce y otros yoes que no reconoce como propios.
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